LAS CREENCIAS IDENTITARIAS Y LA PÉRDIDA DE DISCERNIMIENTO


    Cuando le cedemos parte de nuestra identidad a una creencia, nuestro inconsciente la siente como algo propio y la defiende de cualquier argumento que nos invite a salir de ella o simplemente a cambiar sus límites. Para esta defensa suele emplear fundamentalmente tres tácticas. La primera es hacer oídos sordos, la segunda consiste en responder a los argumentos de la persona que discrepa con una serie de frases hechas que impiden cualquier auténtico debate, y la tercera es pasar al ataque descalificándonos personalmente. El empleo de éstas u otros tácticas similares anula nuestro discernimiento: mientras nos defendemos no podemos ser objetivos.

Un ejemplo de cesión de nuestra identidad a una idea o creencia es el nacionalismo:  la persona se somete a una serie de valores a cambio de lo cual tiene algo en lo que reconocerse y sentirse seguro, contando además con el  apoyo de todos los que defienden lo mismo. En torno al símbolo de la bandera han muerto millones de personas en innumerables guerras, llegándose al sinsentido de matar a un desconocido simplemente porque se encuentra en el bando "enemigo"

     Todo este proceso al inconsciente le otorga seguridad, pues siente su "identidad" a salvo. En realidad lo que está defendiendo es una proyección de nuestra auténtica identidad, que no puede depender, por su propia naturaleza esencial, de las creencias que profesemos. Para que nuestro inconsciente comprenda esto es necesario que hagamos un trabajo de autoconocimiento, de búsqueda de nuestra autenticidad, más allá de la cultura, la familia o las circunstancias que nos hayan tocado vivir. Una segunda alfabetización, basada en este autoconocimiento, ayudaría a resolver muchos de los males de la humanidad que son fruto de las proyecciones que hacemos de nuestra identidad en creencias de todo tipo, aunque sólo sea por permitirnos conservar nuestro discernimiento, algo esencial en una sociedad auténticamente democrática.
  
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